martes, junio 27, 2006

¡Aquisito nomás!

¡Aquisito nomás!
Una expresión que se suele escuchar mucho entre los habitantes de los pueblos del interior de Perú es el famoso "¡Aquisito nomás!". Expresión que denota una determinada distancia, corta para los lugareños pero, la mayoría de veces, interminable para los que no son del lugar. Si muy bien el "¡Aquisito nomás!" no nos da una medida o respuesta exacta a nuestra inquietud, en cierta forma, tiene un sentido positivo o alentador ya que nos da a entender de que no estamos perdidos y que el lugar que podamos estar buscando se encuentra en la dirección que estamos siguiendo; aunque quien sabe cuan distante pueda uno estar del lugar aquel. Cuando tenía cuatro años de edad, mi madre llevó a dos de mis hermanos, mi hermana mayor y a mí a vivir un año a Cabana, su pueblo natal, en los andes de Ancash a 3,150 metros sobre el nivel del mar, debido a que los médicos le habían recomendado el clima seco de la sierra a uno de mis hermanos y a mi hermana que en ese tiempo sufrían de los bronquios. El mayor de mis hermanos se quedó en Lima acompañando a mi padre, quien también es del mismo pueblo de mi madre, porque no podía viajar con nosotros. El viaje desde Lima a Chimbote lo hicimos en ómnibus y desde allí tomamos el tren hasta el pueblo de Quirós. Como en ese tiempo no había carretera que llevara a Cabana, el viaje de Quirós a Cabana lo hicimos a caballo. Un guía nos señalaba el camino a seguir y como ya habían pasado varias horas, a caballo, sin llegar a nuestro destino y por ser, por ese tiempo, muy curioso, se me ocurrió preguntarle al guía si Cabana estaba lejos y su respuesta fue "¡Aquisito nomás!". En esa época, por ser un niño de cuatro años, no entendía el significado del "¡Aquisito nomás!", pero lo que si sé es que llegamos a Cabana después de viajar un día a caballo. Un año viví en ese rincón olvidado del Perú, donde mi abuelita horneaba pan y bizcochos que vendía para con ello mantener a sus hijas ya que mi abuelo había fallecido dejando varias hijas pequeñas. Esa labor que también desempeñaron mi madre y sus hermanas les hizo ganarse el sobrenombre de "Las Bizcochitas", apelativo con el que hasta ahora les bromeamos mis hermanos y primos a ellas.

Recuerdo que de niño hasta yo me metía a ayudar con los moldes de pan o los bizcochos que se iban a hornear. Pero lo que más recuerdo de ese tiempo era un pueblo sin luz, sin agua ni desagüe. Durante las noches nos reuníamos todos alrededor de la cocina de leña para iluminarnos con el fuego y al mismo tiempo calentarnos del frío invierno que hace en los Andes. Lo curioso de todo ese tiempo era que la gente acudía a hacer sus necesidades a un lugar descampado que le llamaban "El Canto", y allí uno se encontraba con los amigos, familiares y demás gente del pueblo haciendo sus necesidades de lo más natural... no hacía falta llevar algo para leer ya que siempre tenías compañía para conversar, aparte que todas las "caras" eran conocidas. Regresé a Cabana cuando tenía 17 años de edad y viajé con uno de mis hermanos y dos amigos de mi antiguo barrio de Lima. En esa oportunidad encontramos que ya había una carretera que llevaba a Cabana, aunque era bien angosta. En Cabana se celebraba la fiesta patronal del pueblo, así que todos los días habían comilonas y trago. Con mi hermano y mis amigos nos sentíamos un poco raros al principio ya que la gente bailaba en las calles al son de las bandas y nosotros veníamos de Lima donde, en ese tiempo, no estábamos acostumbrados a ello. Así que para animarnos a bailar con mis primas y sus amigas nos tomamos, primero, un vaso con "Grog", que es un trago preparado con ron, agua caliente, limón y azúcar y es muy popular en toda la sierra del Perú porque te calienta el interior y te ayuda a combatir el frío. Los demás tragos ya no fueron para combatir el frío, pero de todas maneras nos sirvieron para animarnos a bailar en la Plaza principal y las calles con las bandas que habían llegado de los pueblos aledaños. Después de ese día nos hicimos al ambiente y la pasamos de lo mejor. Esa vez encontré a Cabana sin luz todavía, pero al menos ya había baño en las casas para hacer sus necesidades; aunque el baño consistía de un hueco en el piso donde tenías que demostrar tu buena puntería porque de lo contrario ya se imaginarán lo que pasaba.

Cuando estuve en Japón me acordé mucho del baño de Cabana ya que allí el baño es un hueco en el piso también, claro que con la diferencia que en Japón, por ser más adelantados, el hueco está enlozado y hay dos huellas a los costados para que asientes tus pies allí... supongo que deben haber calculado la velocidad de tiro y el ángulo de disparo... qué "tromen" los japoneses ¿no?

Le comenté a mis tíos que pusieran una barra donde sostenerse porque la verdad que uno salía del baño con las piernas entumecidas... la respuesta de ellos fue que así era mejor porque de paso se fortalecían las piernas. Volví a ir a Cabana 4 años después y fui con dos primos a celebrar las fiestas patronales otra vez. A mi primo el mayor se le ocurrió ir manejando en su carro y en una curva, antes de Chimbote, había arena en la pista así que el carro patinó saliéndose de la carretera. Como consecuencia del accidente se rompió el trapecio del lado izquierdo y el carro quedó inoperativo. Con uno de mis primos nos subimos a un ómnibus que pasaba y nos fuimos a Chimbote a buscar una grúa para que remolque el carro. Estuvimos dos días en Chimbote esperando que arreglen el carro para después enrumbarnos hacia Cabana. A medio camino, el carro se plantó y uno de mis primos y yo tuvimos que bajar a empujar el carro. Así estuvimos por varias horas, el carro se plantaba y bajábamos a empujarlo hasta que arranque otra vez y nosotros teniendo el precipicio al costado, sumado a la altura de los Andes que empezó a afectarnos. Ya de madrugada el carro se plantó del todo así que esperamos que amaneciera para saber donde estábamos. Cuando amaneció vimos dos campesinos que bajaban de un cerro caminando y silbando de lo más alegres, así que les preguntamos cual era el pueblo más cercano. "Tauca" nos contestaron. "¿Qué tan lejos está?" le preguntó mi primo y ellos respondieron: "¡Aquisito nomás!". Así que como quedaba "¡Aquisito nomás!", uno de mis primos y yo decidimos caminar hasta el pueblo llevando una galonera porque parecía que el problema era por la falta de gasolina. Una hora y media estuvimos caminando y no encontrábamos ningún pueblo a pesar que los campesinos nos habían dicho que quedaba "¡Aquisito nomás!". La caminata aquella, la altura y el esfuerzo de toda la noche de estar empujando el carro a cada rato hizo sus estragos en nosotros y nos dio soroche. Nos tiramos sobre la tierra a descansar y esperar a que uno de los dos fuera el valiente de continuar hasta el pueblo. Menos mal que llegó el ómnibus interprovincial, que pasaba sólo una vez a la semana, así que lo hicimos detener, pero tuvimos que viajar en el techo del ómnibus porque por dentro estaba tan lleno que la gente se salía hasta por las ventanas. Después de media hora, en ómnibus, recién llegamos a Tauca y como el ómnibus se detuvo allí por un rato, con mi primo aprovechamos para comprar gasolina. El problema era quien iba a ser el que se regresara hasta el carro con la gasolina. Le preguntamos a un campesino si quería ganarse unos soles llevando la gasolina hasta el carro. "¿Dónde está el carro?" nos preguntó. Nosotros, señalando la dirección de la carretera donde estaba el carro y conocedores ya de la manera como se explica en los pueblos la distancia, le respondimos que estaba "¡Aquisito nomás!". El campesino se fue contento llevando la galonera al hombro ya que se había ganado unos soles. Mi primo se quedó en el pueblo a esperar a su hermano que llegara con el carro y yo seguí en el ómnibus hasta Cabana ya que sabíamos que estaba a sólo una hora de Tauca y al menos en Cabana podíamos pedir ayuda ya que en ese tiempo mi tío (QEPD) era el alcalde del pueblo y teníamos familiares allí. El viaje lo hice más despierto que si me hubiese tomado 5 tazas de café ya que todo eran curvas y precipicios y yo estaba en el techo del ómnibus agarrándome como sea para que no me vaya a caer. Cuando llegué a Cabana estaba todo empolvado por la tierra del camino que parecía un fantasma. En la casa de mis tíos, mi prima estaba celebrando el bautizo de su hija así que todos estaban bailando y celebrando de lo más alegres cuando yo me aparezco, de pronto, como si fuera un fantasma. Todos se asustaron al ver como estaba, pero después de contarles que había pasado, mi tío envió una camioneta para brindarle ayuda a mi primo. Me bañé al estilo de los pueblos, de ese tiempo, que consistía en utilizar una jarra con la cual te echabas el agua al cuerpo. Después del baño me devoré el asado de chancho, el picante de cuy y la sopa de olluco que habían preparado para el bautizo. Cuando llegaron mis otros primos nos tomamos nuestro tragos y salimos a disfrutar de la fiesta del pueblo y de su gente que seguía siendo hospitalaria, humilde y sencilla, al igual que en otros pueblos del interior del Perú. Cabana seguía sin luz y el baño seguía fortaleciéndote las piernas. Si hay algo que me satisface mucho es haber podido conocer gran parte de mi país, antes de irme a radicar al extranjero. Hay muchas costumbres por conocer, mucha riqueza folklórica y cultural por aprender. El turismo empieza por casa, reza una frase muy cierta, porque hay que conocer, realmente, los pueblos del interior para hablar de ellos, ya sea bien o mal. Las ruinas de Pashas, que está a la entrada de Cabana, es testimonio arqueológico de una cultura inca que habitó en esa zona y que quizás la gran mayoría desconoce, al igual que desconoce las verdaderas costumbres, el fervor religioso y las artes culinarias de ese pueblo que no tenía luz eléctrica la última vez que lo visité, del cual ahora sé que muchas cosas han cambiado, pero lo que no ha cambiado es el recuerdo y el ejemplo que dejaron en su pueblo personajes desconocidos, por otros, como mi abuelita Eladia que a fuerza de trabajo y mucho esfuerzo supo sacar adelante a sus hijas.

Dario Mejia
Melbourne, Australia

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